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miércoles, noviembre 17, 2004

Y vos, ¿Cómo llegaste a Hollywood?

Es una pregunta que escucho bastante seguido, especialmente desde que empecé a conocer gente en todos los rincones del globo. Me la hicieron otra vez el sábado pasado. ¿Quieren saber que respondí?







Por esas cosas del destino, papá tiene una hermana en California desde hace 35 años.
Una suerte, porque la mujer es chifladísima. Digan que no me interesa darle fama, que sinó… Tendría material para diez No Blogs más! No viene al caso.

Cuando me aburrí de Argentina, ella estaba en Buenos Aires. En un ataque de torpeza, decidí ir a su casa por un tiempo, trabajar de cualquier cosa y juntar guita para radicarme algún día en Europa. Siempre quise vivir en Italia, pero sin conocer a nadie, no me animaba.

Viajé a Los Angeles en pleno invierno. Enferma. Un simple resfrío con otitis y fiebre. Mi tía, hipocondríaca como mi padre, me llevó directo del aeropuerto a la oficina de su médico en Santa Monica: un egipcio recibido en la Universidad de México, con quien antes ya había discutido la posibilidad de darme trabajo. Después de los antibióticos de rigor, ese calco de Omar Shariff me miró y me dijo: "Empezás la semana que viene". Así de fácil.

El doctor tenía dos clases de clientes: árabes y látinos. Sí, "clientes". El negocioestaba en trabajar con los abogados de esos “no pacientes” para sacar la mayor cantidad de dinero posible a las compañías de seguro, bajo el rubro "accidentes".

Un raspón en el guardabarros: tres meses de terapia de ultrasonido, rayos
infrarrojos, radiografías, un collar de yeso y diez frascos de Darvocet.
Un resbalón en el piso mojado del supermercado: el mismo tratamiento.

A veces la terapia requería tres visitas semanales en lugar de dos. O siete frascos de Darvocet en lugar de diez. Dependía del viento.

Demás está decir que los archivos de mis tíos, eran más gordos que la Enciclopedia Británica. Me olvidaba: la especialidad del egipcio, obstetricia.

Los “accidentados” se presentaban en el consultorio a sugerencia de sus leguleyos. La mayoría leía el diario por una hora, aunque alguna que otra vez aparecía un ñato con dolor de cuello. Trabajé ahí hasta el día en que el matasanos pretendió que la enfermera me enseñara a sacar sangre y dar los tratamientos con la lámpara infrarroja. Ese fue mi límite. ¡Cualquier cosa no es cualquier cosa!

En fín, lo dejé hablar hasta que terminó de explicar su plan magistral. Entonces agarré mi cartera y me fuí. Así tranquila. Quedándome sin trabajo y sin haber conseguido todavía papeles.

Digamos que trabajar ilegalmente bajo el nombre de mi tía y rellenar formularios que yo no firmaba, y por los que no recibía más paga que el sueldo de secretaria, no me parecía una estafa. Ya venía entrenadita de trabajar 5 años en negro en mi propio país y llevando contabilidad paralela para no darle el gusto a la DGI. Más bien lo vivía como
sentido de supervivencia. Pero como digo ahora: enough is enough!

Al domingo siguiente, acompañada por un amigo, me mandé al MacArthur Park a comprar un seguro social falso. Zona mafiosa si las hay, conseguí en una esquina y por
U$S 5 uno truchísimo pero con mi nombre. Tan berreta era, que daba vergüenza. Hoy en día en que me las rebusco en photoshop, tendría uno casero para dar envidia.

Por suerte encontré una fotocopiadora en sus últimos días y obtuve una copia llena de rayas y manchones. Si no mucho mejor que el original, al menos presentable.

Ahora tenía la confianza suficiente para salir a buscar un trabajo como la gente. Y como corresponde a mi persona, lo hice de la forma más caradura: a través de una agencia.

Ahí me tomaron los datos, un test de dactilografía y otro de matemáticas. Llegado el momento de mostrar el Social Security, tragué saliva y entregué la copia con los ojos cerrados. Necesitaban verificar con el original, que yo "convenientemente" había dejado en casa “por miedo a perderlo”. El muchacho del otro lado del escritorio, miró los resultados de los tests, dió vuelta la cabeza, corroboró que nadie lo vigilaba y selló a copia como aceptada.

¡Ni tiempo de llegar a casa tuve! Un mensaje esperaba en el contestador para presentarme al día siguiente a mi primera changuita: ir a archivar papeles a un lugar llamado The Post Group. No lo sabía en ese momento, pero resultó ser la compañía de Post Producción más antigua de Hollywood, la de más renombre y prestigio. La que pasada la semana y luego los tres meses, terminó "comprándome" a la agencia y me contrató sin pedir jamás mi documentación.

Allí conocí a Stephan y aprendí muchísimo sobre la industria del entretenimiento. Presencié el desarrollo de efectos especiales para muchas series de Universal y Paramount, como Quantum Leap, Max Headroom y Star Trek: Next Generation; videos de música como: Dire Straits: Money for Nothing (bueno, eso es anterior a mi época…), Michael Jackson: Black or White y MC Hammer, Too Legit to Quit. Y para películas como Ghost y Speed. ¡Hasta tuve la suerte de trabajar junto al único cuñado de Elvis! Jeff, hermano menor de Priscilla…

También fue The Post Group quien mantuvo mi puesto vacante, en mi espera, mientras conseguía la legalización después de casarme...

Fue en esos pasillos que me caí de culo al escuchar por los altoparlantes: “Prince, please call reception. Prince, please call reception”. Y ni amagué levantarme al verlo salir de la oficina de mi jefe con un enterito color turquesa con capa al tono.

¡Me fui por las ramas! Realmente llegué a Hollywood de pedo y podría haberlo sintetizado en esas 5 palabras.

Pero hoy me agarraron verborrágica.