Mi Luna de Miel
Ya se han terminado las pruebas de casting. Se han lucido; estoy contentísima con el grado de compromiso que he recibido de todos ustedes. Un aplauso especial para Mercedes, que interpretó a la más dulce de las Mamás Musa.
Mientras nuestro director se decide por el elenco final, voy a seguir narrando mis experiencias de vida.
Quien dice que en el futuro, no necesitemos material para un pre-sequel...
Después del despelote creado en Iguazú para que nos casaran, llegamos al Aeroparque Jorge Newbery justito a tiempo para que mi padre llevara a los recién casados a la embajada de los Estados Unidos.
Ese fue el día en que mi esposo comprendió que los norteamericanos no son tan importantes como se creen. Ante la furia de Stephan y por más que repitió hasta el cansancio “I’m an American citizen”, la embajada estaba cerrada y el cónsul no lo atendió.
Los pasajes de regreso estaban fechados para el día siguiente, 10 de enero, y yo con un pasaporte flamante, pero sin visa. (Otro día les tengo que contar la historia de mis pasaportes, por Dios! Tengo más que James Bond, aunque todos con el mismo nombre...)
Así que Stephan regresó solo. Me quedé para volver a hacer el trámite de la embajada y viajar durante la semana.
Una semana que duró dos meses. dos meses dedicados a varias cosas:
1) Llamar a mi empleador y confesar teléfonicamente que durante los últimos tres años habían contratado a una ilegal; que necesitaba una carta donde establecieran que era la mejor empleada del siglo (no existía internet, en esa época realmente trabajaba); y que me guardaran el puesto por un tiempito hasta que pudiera desatar las riendas que me ataban a la Argentina.
2) Visitar amigos y salir con ex–novios. Y pedir a mi flamante esposo que subvencionara las salidas.
3) Jugar un campeonato, por el título universal, de Hinchapelotismo con mi padre.
4) Dar instrucciones precisas a mi maridito de donde poner cada una de mis pertenencias en su departamento. (Solito me mudó de la casa de soltera y en la mudanza, el desconsiderado, me rompió un vaso. ¡No me quiero acordar!)
5) Llorar por teléfono, larga distancia, todas las noches. (Rabino te callás!!)
6) Planear mi Luna de Miel.
Obviamente, de todas mis ocupaciones, la del punto 6 fue la más fácil. Lejos!
¿Qué mujer no sueña con una luna de miel inolvidable?
¿Quién no quiere enmarcar semejante ocasión con los paisajes más esplendorosos, sentirse centro del universo, ser la mujer más dichosa, envidiada, hermosa y feliz del planeta?
Yo, seguro.
Con esas pautas, llegué a la rápida conclusión que, a la Luna de Miel perfecta, se va sin el marido. Y si es posible, en un tour lleno de jubilados. La forma más efectiva de resaltar la juventud, aunque venga en descenso.
Tuve mucha suerte, la madre de mi amiga se había anotado en un viaje a Chubut auspiciado por PAMI y ¡Nos colamos las dos!
¡Cómo disfruté el viaje!
Visité la península de Valdés para aprender sobre focas y lobos marinos.
Caminé entre los pingüinos magallánicos, ligándome un picotazo en la pierna de parte de uno que se olvidó de leer el cartel advirtiendo la prohibición del contacto con humanos...
Buceé aunque el traje me quedara rídiculo. (Por otro lado, el tanque de oxígeno me ayudó a disimularme entre los miembros del tour de edad más avanzada...)
Ni siquiera me importó que los peces de la zona huyeran, hasta alcanzar el fin de la plataforma submarina, con tal de no ver semejante esperpento...
Tomé el té de las cinco en una casona Galesa en Gaiman, con unos scones caseros para chuparse los dedos.
Paseé por las playas de Puerto Madryn en mi diminuto traje de baño rosado, para admiración de los choferes del micro y el guía de turismo y varios ataques cardíacos en los compañeros de viaje.
Hasta festejé mi cumpleaños en medio de la ruta, dentro del autobús!
No piensen que me olvidé de Stephan. En absoluto! Hacía revelar las fotos en esas casas de tardan 1 hora, y se las enviaba rapidito. Así observaba lo bien que la estaba pasando y se despejaba un poco de tanto abogado de inmigraciones, gobernadores de no se donde y algún que otro "coyote" con los que se contactaba constantemente preparando un plan B, en caso que la embajada hubiese perdido mi archivo. Así de bondadosa soy, para que lo voy a ocultar.
El último día, en Puerto Pirámide (y como un servicio a la comunidad de gerontes que nos soportaron por 10 días) nos tiramos en la arena con mi amiga, haciéndonos pasar por un par de ballenas, que en la fecha del viaje estaban fuera de temporada.
De regreso a Buenos Aires, los días ya no se hacían tan pesados.
En Marzo, Stephan volvió en un viaje relámpago para pasar su cumpleaños conmigo y darme una sorpresa: los trámites estaban finalizados y mi pasaje de regreso estaba fechado 18 de marzo de 1992.
Aquí estoy el día 17, en una galería de la calle Florida, comprando los últimos souvenirs y un libro sobre las esculturas de Buenos Aires para mi esposo.
Momentos más tarde, se desvanecía esa sonrisa. Lo que en principio confundí con un sismo, acostumbrada a los temblores en Los Angeles, y luego se convirtió en rumor de un accidente de subte,terminó siendo el atentado a la embajada de Israel en Buenos Aires.
No puedo terminar de explicar la impotencia, rabia, dolor que sentí ese instante. Ni tampoco el sentimiento de alivio, de estar convencida que ya era tiempo de volver a casa.
<< Home