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lunes, noviembre 01, 2004

Picnic en Familia

Es difícil explicar la alegría que sentí hace unos años, cuando me enteré que se casaba mi hermana. Hasta ese momento, todos centraban los consabidos chistes familiares en mi esposo, que a decir verdad no se destaca especialmente en nada y la única proeza es la de haberse casado conmigo, que no es decir poco.

Pero por fín había llegado otro, un miembro más nuevito y si es posible, más inútil todavía: mi cuñado Rubén.


Esta historia del picnic, hace un recuento del día en que Rubén perdió la oportunidad de ceder la antorcha y pasar a ser miembro definitivo de la familia.







Mi hermano “Hetor”, el de las ideas geniales, tuvo la ocurrencia de organizar un asado para celebrar mi aniversario de casada.



Primer acto – La invitación


Hétor – Hagamos un picnic en Lobos, es lo mejor de lo mejor. ¡Cómo Yo!

Esposa de Hétor – No, cómo vos no. Vos sos el mejor, siempre tenés razón, siempre.

Hétor – Ya sé.

Papá Musa – ¡Uy, no! Otra vez me hacen manejar hasta Lobos, ¡con el dolor de espalda que tengo! MABEL!!!! Haceme un masaje. DORA!!!! Preparame un tecito. VERO!!!!! Apagá la televisión que me duele la cabeza. ADRIANA!!! Andá llamando a la funeraria por si me muero…

Mabel, Mamá Musa – Sí querido.

Dora, suegra de Ginger – Recién termino de lavar los platos por tercera vez, esperá que los lavo de nuevo y después te atiendo.

Adriana – Dejen de criticar a mi marido, qué será un inútil pero estaba casi disponible…

Rubén - mmmmmmmmm

Vero – (piensa, nunca habla) Seguro que soy adoptada…




Hétor habló hermosuras de la laguna de Lobos y la vendió como el lugar perfecto para la ocación. Se hicieron los arreglos: sería el domingo. El sábado ya estábamos comprometidos a una fiesta en Cañuelas y nos quedaríamos a dormir por ahí, en un hotel a mitad de camino.



Estaba todo organizado: la familia, que somos un montón, se dividiría para viajar en dos camionetas: 12 personas en una... 3 en la otra, la de mi hermano “Hetor”. (Para los que leyeron mis viejos posts, mi hermano es una versión empeorada de mi papá: hincha pelotas y para colmo fanfarrón!)



Mi padre, con todos los acompañantes, cumplió su palabra: pasarnos a buscar a los chicos, mi esposo y a mí al hotel de madrugada, y llevarnos al encuentro con mi hermano, la esposa, un amigo adoptado de ellos y los 20 kilos de asado, chorizos, mollejas y demás.



Segundo acto – En camino


PatoMusa – Faltan 2 minutos para las 7 y todavía no llegaron a buscarnos. Capaz que se perdieron y nos dejan plantados acá en Cañuelas…

Stephan – What did you say?

Jonathan y Clarissa – Maaaá!!! El baño tiene 4 jabones! Uno para cada uno! Este hotel es de lujo!!!

Stephan – What did they say?

Papá Musa – Son las 7 en punto. No sabés lo que me costó subir a todos a la camioneta. ¡Total para qué! si tu hermano hasta el mediodía no va a aparecer. ¿Tenés una buscapina?

PatoMusa – Desayunemos en abundancia entonces, si el tarado no aparece a tiempo por lo menos vayamos bien comidos…

Dora – ¿Puedo subir a la habitación? Quiero chequear que el baño esté limpio y que hayan acomodado bien las toallas…

Mabel – ¡Ay! Vero, digo Adri, digo Dora… me olvidé que iba a decir…

Adriana – Seguro algo en contra de mi marido.



(ya todos apretujados en la camioneta)


Vero – Este es Ezequiel

Rubén - mmmmmmm

Stephan – What did she say?

PatoMusa – Pobrecito. Andá sabiendo que en esta familia somos todos idiotas. Menos yo, claro. Igual esperá que lo conozcas al Hétor, si aparece… Jajaja.

Adriana – No sé para que vinimos, seguro que lo toman a mi marido de punto todo el día.

Papá Musa – MABEL!!!! Me agarró la taquicardia….

Dora – Manejá con cuidado que se me caen los dientes!

Mabel – Un gusto en conocerte Maxi!



Llegamos a Lobos temprano y ya no había espacio ni parrillas disponibles, pero mi hermanito y la carne todavía brillaban por su ausencia, tal lo habíamos sospechado los que conocemos al “Hétor”.



Agobiados de calor, casí lo linchamos cuando apareció al mediodía.



Tercer acto – Llegada a Lobos


Papá Musa – ¡Uy! Esto está llenísimo. ¡Me agarra la claustrofobia! ¿Dónde está el mogo de mi hijo?

PatoMusa – Si el picnic lo organizaba yo, me venía a reservar la mejor mesa desde la noche anterior. Eso porque soy inteligente…

Adriana – ¡No le tirés indirectas a mi marido!

Dora – Ni la escoba trajimos, sino barría un poco la calle mientras esperamos…

Mabel – Beto…digo Rubén… digo Maxi… Bueno, alguien… ¡ahí llegaron!

Hétor – ¡Soy el mejor! Llegamos rapidísimo, ¡no paré en ningún semáforo! ¿Cómo, no agarraron ninguna mesa? ¿Son tontos ustedes?

Esposa del Hétor – Sí, es re-temprano, tendríamos que haber dormido 6 horas más…

Verito – (siempre sin hablar) ¡Qué manga de pelotudos!

Eze - ¿Por qué no me dijiste que tu papá y tu hermano eran tan grandotes?

Papá Musa – ¡Dénme un sanguche que me viene la lipotimia!

Stephan – What did he say?



Después del intercambio usual de insultos, decidimos seguir camino y buscar dónde instalarnos para el asadito prometido. Difícil tarea. Ni un mísero lugar y nosotros sin parrilla!



Por fín, a 20 km al sur de Lobos y al lado de la ruta, encontramos una mesa con un par de bancos de cemento y la estructura de lo que alguna vez fue la alegría de otros picnics familiares alimentados con choripanes jugosos...



Dejamos a mi hermano guardando el lugarcito como si fuera el paraíso, mientras el resto de la mafia tratábamos de conseguir algo que nos sirviera para asar la carne.
Resultó un trabajo bastante engorroso por ser domingo y estar todo cerrado. A 50 km al norte de Lobos apareció una estación de servicio con un local abierto, pero después de comprar algunas bebidas frías (y descubrir que el baño de la estación tenía bidet) seguíamos sin nada que se asemejara a la añorada parrilla.



Mi padre, con su inspiración de Musa, sacó un as de la manga: empezar a golpear puerta por puerta. Algún gaucho se apiadaría y nos prestaría algo: la reja de una ventana vieja, el alambre de un colchón en desuso, la alcantarilla... cualquier cosa sería bienvenida a esta altura.



¿Pueden creer que todavía existe gente amable?



En efecto, un señor le prestó, con la condición de tenerla de vuelta, su orgullo de asador: un pedazo de fierro enrejado que conformaba una enorme rejilla vieja y oxidada, pero querida como una reliquia. Salimos corriendo sin dar tiempo a que se arrepienta, y 70 kms más tarde volvíamos al lugar del picnic.



3 de la tarde, ciegos de hambre, el carbón encendido y el asador en su lugar, empezamos a sacar la carne y nos dimos cuenta que... ¡nadie había llevado sal!



El único sin putear era mi esposo, que no entendía la bataola y se dedicaba a remontar barriletes con los nenes, única diversión para los chicos en ese metro cuadrado de yuyos, lleno de mosquitos y con el olor a bosta del ganado pastando al otro lado del cerco.



A decir verdad, los barriletes eran hermosos, hechos a mano, con los nombres de cada uno de los tres sobrinos en letras de colores, y resultó ser la razón por la que el “Hetor” se pasó la noche sin dormir y la mañana sin despertar...



Lástima que ni el viento ayudó ese día, las cometas no tomaban altura y eran llevadas hacía el otro lado de la ruta. Una llegó a Mar del Plata, con el micro de larga distacia que se la llevó por delante.





A esta altura, los grandes, famélicos, devorábamos un asado crudo, chamuscado por fuera y sin sal; los chicos lloraban por los barriletes perdidos; mi viejo trataba de limpiar y guardar el pedazo de hierro (todavía candente) en la camioneta, para devolverlo antes de la medianoche y en general, todos no dejábamos de recordarle a Rubén que era peor para hacer asados que para cualquier otra cosa que ya sabíamos hacía mal.



También le tomábamos el pelo a Eze, el novio fresquito de mi hermana menor Verito, quien tuvo la felíz ocurrencia de presentarlo en público, por primera vez ¡en este desastre de picnic familiar! Eze, a quién mi madre, sin mala intención, bautizó Maxi para la posteridad.



Cuarto acto – El asado


Hétor – ¡Soy un capo! Ví esta mesita en el medio de la ruta ¡desde 5km de distancia!

Esposa del Hétor – Sí, sos un genio, si no fuera por vos no sé que haríamos.

Amigo adoptado del Hétor y la esposa – Yo me voy a jugar al pavimento, en el pasto hay bichos y me pican las piernitas.

Hétor – (dándole un coscorrón) No seas salame, aprendé de mí que para eso te traigo. ¿Quién hace el asado?

Adriana – A mi marido ni lo miren…

Rubén – mmmmm…. ¿Cómo habrá salido Independiente?

PatoMusa – En Hollywood te llevan preso si te ven con niños tan cerca de la ruta y sin correas. Es negligente…

Stephan – Yes, Hollywood!

Dora – ¿A dónde lavamos los platos?

Papá Musa – Adriana, tu marido hace el peor asado del mundo. ¿Me quiere matar? ¡Me sube la presión! Quedate acá al lado y cerrame los ojitos si me muero…

Adriana - ¿Para qué me casé?

Verito (sigue sin abrir la boca) por qué no me quede en casa viendo la final de gran hermano!

Los chicos al unísono - ¡Buaaaa! Se fe badilete, ¡BUAAAAA!!!

Papá Musa - ¿Quién se olvidó la sal? Si no fuera diabético, le pondría azúcar aunque sea, para que tenga gusto a algo esta carne cruda y carbonizada…

Hétor – ¿Tengo qué estar en todo, siempre?

Esposa del Hétor - Hétor tiene razón, no sirvo para nada. Soy una inútil. El es perfecto. Me tendría que haber quedado en casa durmiendo…

PatoMusa – A mi esto no me hubiera pasado. Soy detallista, precavida y ordenada. Pero claro, mi coeficiente intelectual siempre fue 140 puntos más alto que el del Hétor…

Stephan - That's what you say...



Llegado el momento de devolver la parrilla, las mujeres decidimos ir con papá, no para acompañarlo, sino para utilizar el baño de la estación de servicio. 6 mujeres a punto de explotar y aguantando silenciosas 70 km...



Aliviadas y dispuestas a retornar, el viejo seguía sin aparecer. 10 minutos, 20, media hora y recién ahí se asoma, caminando panchísimo: lo habían convidado con mate y facturas y ¡cómo los iba a despreciar!



Volvimos para la hora del postre (en algún lugar del mundo, ahí ya era hora de cenar). Mis dos hermanas, aficionadas a la repostería, habían preparado y decorado con esmero ¡un pastel de aniversario riquísimo! El mismo que yo, durante el trayecto y sin esmerarme demasiado, aplasté repetidas veces al sentarme encima de la caja en la que venía “resguardado”.



Quinto Acto - Escena final (cámara comienza el zoom out con un primerísimo primer plano de Mamá Musa, para terminar en la vastedad de la pampa húmeda)

Mamá Musa - ¡Qué lindo salió todo! ¡Qué rico el asado! ¡Qué buen chico el Maxi! ¡Qué picnics organiza el Hétor!



Si le hubiese cedido el honor de asador a Ezequiel, Rubén, en lugar de comerse la mayor parte de los insultos, los que no fueron dirijidos al “Hétor”, hubiese participado en las infinitas referencias a los aritos y tatuajes de Eze. Pero no...



No importa, a mi esposo, por suerte, lo dejaron tranquilo...



(los diálogos fueron escritos en colaboración con Verito, via msn)